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El embrujos de Calamuchita

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El embrujos de Calamuchita

Dos cosas me impresionaron vivamente al llegar a Calamuchita: la naturaleza y el hombre. El paisaje y el elemento humano. En 1940 un atardecer de Diciembre llegaba a Cañada de Alvarez. Los ranchos de la estanzuela estaban cerca de un bañado y a la noche llegaba el grito de los teros. El aroma del hinojo y de yerbas serranas, era algo nuevo y renovador. El aire fino se aspiraba como un humo perfumado y durante la noche el sueño era tan natural como el despertar. La ciudad turbulenta, el aire viciado, los ruidos, la tensión y la ansiedad en el cumplimiento de deberes y obligaciones, rompieron una armonía y equilibrio funcional. El contacto con la naturaleza era necesario para recuperar el centro de gravedad perdido.

El paisaje magnífico. Las montañas con talas, espinillos y molles alegraban los cerros. Un verde sedante. En la noche el rumor del arroyo cercano era una invitación al descanso. Al amanecer el sol que rompía la bruma, desdibujaba los cerros y era una invitación a caminar y a la vida sana. En los atardeceres el horizonte de la sierra grande, se teñía de rojo y de oro. Cuando avanzaba la noche con nubes de nostalgias, era el momento de hacer fuego, que además de calor era unión y alegría. ¡Esa hora de refugio alrededor del fogón era volver a vivir!

Estas mismas emociones las han vivido aquéllos con sensibilidad para el paisaje a quienes los atrapó la sierra. Aquí llegaron hombres y mujeres de otros continentes y de otras costumbres. Algunos venían a pasar sus vacaciones y se quedaron a vivir siempre. Así conocimos a un plantador de caña en Java y a un floricultor holandés, técnico en tulipanes, que iniciaron la forestación de pinos en Villa Berna. Un marino francés, experto en danzas orientales, casado con una bailarina china, vivía en Santa Rosa. Un coronel sueco creó una importante y artística industria de artesanía en cobre y bronce que tiene aceptación nacional. Un cultivador de té en la India, viejo fumador de opio, nos reveló el secreto de la cura en el sanatorio de Hong-Kong: reclusión voluntaria y renuncia a la libertad por seis meses. Un general de la nobleza prusiona gastó en su juventud, millones de dólares en "vino, mujeres y canto”, encontró su paz espiritual en la Sierra Grande. Un conde ruso, radicado en Villa General Belgrano salvó su vida en la Revolución Rusa y pudo vivir con los brillantes de su esposa inglesa y la venta de su palacio en la Costa Azul.

Todavía bebía su Vodka argentino, helado en copas de cristal de bohemia, resto de antiguas opulencias en esta época de profundas transformaciones sociales.

Todos ellos podían constituir una selecta legión extranjera. De clara inteligencia, de visión de porvenir, de admirable capacidad de trabajo y de voluntad de triunfo. Estos hombres dominan la naturaleza y cambian una región. Algunas villas modernas de Calamuchita son expresiones vivas de ese espíritu realizador.

Llegaron por distintos motivos: problemas económicos, políticos, sentimentales, de salud física o moral, la realidad era una sola: poner orden y armonía en sus vidas y lograr la paz interior. En este valle encontraron su felicidad. Calamuchita hizo el milagro al envolverlos en su embrujo -verdadero oasis- para la vida de hombres de horizontes sin fin.

... Así como no podemos elegir nuestra forma de morir, sí podemos decidir el lugar donde vivir. Sumando al paisaje, el elemento humano, se produce el milagro del embrujo.

Es innegable que el clima y el paisaje envuelven lentamente al hombre, en un mágico hechizo, hasta hacerlo prisionero de la sierra. Por ello no hemos encontrado ninguna frase tan feliz e ingeniosa, para definir en pocas palabras la atracción de la región como la escrita en el libro de recuerdos de una Hostería... El camino de Calamuchita es como el pecado... ¡primero cuesta llegar... después agrada!

Sección especial
El embrujos de Calamuchita de Historias y Leyendas del Valle de Calamuchita por Sergio Mayor - Córdoba 1970 -

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