A una legua de Santa Rosa, sobre la margen derecha del camino que conduce a Amboy -cuna del certificador Dalmacio Vélez Sársfield- frente a la vieja casona de Manuel Verde, llama la atención un conjunto de corpulentos y añosos algarrobos que rodean como un marco a una casa de construcción antigua que conserva su techo colonial.
Esta casa -actualmente habitada- es lo único que queda de la vieja “Estancia de los Santos Ejercicios” de San Ignacio. Construida por los jesuitas en 1726 con donaciones privadas del comerciante vasco Pedro Echezarroga en tierras adquiridas a los criollos Pedro Carranza y Clemente Baigorri, dueños de Atumpampa y Guaypolo, todavía conserva sus puertas de grandes cerrojos y sus ventanas de madera de algarrobo. Penetrando en la casa vemos los cuartos o dormitorios construidos de piedra y de barro, con techos de tirantes de madera y de caña debajo de la teja colonia. Una escalera de piedra que arranca del exterior, conduce a una dependencia ya derruida que servía de Atalaya.
Un aforismo latino predilecto de los arqueólogos dice que las piedras hablarán: “Lapides Clamabunt”. En efecto, caminando entre estos algarrobos cercanos a la casa de Laura Malbrán de Carmona observamos montículos de escombros de barro cocido, tejas coloniales rotas que han sido de gran tamaño y ruinas de arcos donde estuvo edificada la Capilla, que miraba al Naciente hacia la Sierra Chica.
De todas las grandes estancias de los jesuitas, nada queda de La Calera y muy poco en San Ignacio. Las que mejor se conservan son las de Santa Catalina y de Jesús María. Por ellos y por los dibujos del arquitecto Juan Kronfus, podemos reconstruir la ubicación de los cuartos y celdas de la Capilla, como así también los ranchos destinados a la servidumbre que eran característicos.
Cercanos a la construcción estaban los potreros, que podían ser regados a voluntad desde el río Santa Rosa. Las dos acequias que se conservan en uso datan de esa época, en que se aprovecharon los declives naturales para construir canales y regar las huertas que producían cualquier clase de sementeras. Las huertas estaban rodeadas de un sólido y grueso muro.
Muy cerca estaba el molino harinero que puede verse en la actualidad en la finca de Manuel Verde, como un pequeño monumento viviente, y que se hacía girar desde el río. Puede verse también una fundición de cobre, con el horno en buen estado de conservación y un lavadero de lana.
En 1767 cuando por decreto del Rey de España Carlos III se confiscaron los bienes de los Jesuitas, las llamadas Juntas de Temporalidades se encargaron de la administración y venta de los bienes de la orden. En esa oportunidad la Estancia de San Ignacio, fue adquirida en subasta pública por José Antonio Ortiz. Recurrimos a la autorizada fuente de información del conocido historiador Doctor Pablo Cabrera ” … Dicha estancia era una extensión vastísima, como que contaba además de su superficie nativa, toda una red de heredades, de puestos y de chacras, tendida entre los Ríos Tercero y Cuarto, sobre campos inmensos -pampas y serranías- hoy de altísimo valor y que pertenecieron otrora y sucesivamente a los herederos de Don Gerónimo Luis de Cabrera, al Monasterio de Santa Catalina del Sena y a los padres Jesuítas, y tras el extrañamiento de éstos, aquel potentado que se llamó Don José Antonio Ortiz “El Rey del Suelo” que fue dueño a fines del siglo 18 y principios del siguiente, de ciento veinte leguas de tierra en el Sur de Córdoba, a pesar de lo cual quejándose de pobreza…”.
También había en la Estancia, talleres de carpintería, de herrería, grandes telares, hornos para quemar ladrillos carretones y carretas de transporte. Si la estancia de Jesús María se distinguió entre las demás por la fama -de su vino que intercambiaba por yerba mate con el Paraguay, la de San Ignacio era famosa por sus manzanas y sus frutas.
Los primeros jesuitas llegan a Córdoba en 1586. Para cumplir su misión religiosa que demandaba tiempo necesitaban una base económica y eso se lo proporcionaron las Estancias. La estancia de los Ejercicios espirituales de San Ignacio, fue fundada en 1726. Todo lo que ellas producían era para costear las misiones del Paraguay, Tucumán y Buenos Aires. Anteriormente habían adquirido en 1618 la estancia de Jesús María, sobre el río Guanasacate y después la de Santa Catalina en 1622. Es interesante conocer los documentos de compras y ventas, por los inventarios escrituras de la época.
En base a estos documentos Pablo Cabrera pudo escribir la historia pre-hispánica del siglo 16.
Así: Don Gaspar de Toledo -alférez de Córdoba- vende a los Jesuitas “…Con veinte mil cepas de viñas más o menos y que está cercada con sus tapias y sus molinos y con el agua que le pertenece… Todo lo vendo con sus entradas y salidas, usos y costumbres, derechos y servidumbres, abrevaderos, casaderos, pescaderos y casi todo lo que de hecho y derecho me pertenece…. “.
Precio: Ocho mil pesos corrientes de a 8 reales que ahora me dan en pago el padre Pedro de Oñate en reales, en presencia del escribano y testigo, en tres zurrones de cuero y tres talegas en que declaro que los hay, porque los he contado. Este es el documento de compra de Jesús María.
Por una de esas mercedes en 1588 Juan Nieto recibió de la corona de España los campos de Paravaschava como hemos visto al tratar de las primeras mercedes y encomenderos, que después donó a los Jesuitas. Esta estancia fue adquirida después por el Virrey Liniers y es donde se encuentra la actual ciudad de Alta Gracia, puede visitarse la vieja casona frente al Tajamar.
Los jesuitas aprovecharon los ríos y los declives naturales para construir canales de regadío a sus huertas y chacras. De estos viejos canales de riego quedan todavía algunos como el que tiene su toma en el Río Santa Rosa y llega hasta San Ignacio, pasa por el campo de Laura Malbrán de Carmona, hoy de Copello. El canal que sale del Río Los Reartes y pasa por la pampa que pertenecía a don Juan Rodríguez, data de esa época.
Sección especial
Las ruinas de San Ignacio y las estancias jesuitas de Historias y Leyendas del Valle de Calamuchita por Sergio Mayor – Córdoba 1970 –
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